Y todo era tan sencillo. Primero fueron años de silencio: de eso no se habla. Después fueron años de burla: "¿y quién es la mamá?" Más tarde fue la hipocresía pura: "Pobre chico, lo van a tratar mal". Siempre fueron los años religiosos: "La ley natural de Dios". Pero todo era mucho más sencillo. Seguramente, en el caso de que haya una ley de Dios, en el caso de que Dios cada tanto mire hacia esa casa de Vicente López, debe sonreír y pensar "bueno, tan mal no lo hice". Había tenido una equivocación previa, don Dios.
Daniel había nacido en un hogar… problemático, por decirlo rápido. Desde Misiones, su papá y su mamá biológicos se fueron a Corrientes, pero había problemas y un día mamá se fue. Papá dejó a Daniel y a su hermanito menor –del mayor no hay noticias, hasta hoy– en un hogar y no volvió. Un matrimonio recibía dinero para cuidar a chicos en problemas. Y también, a los siete hijos propios. Entonces, Dios miró hacia el hogar y se dio cuenta de la macana que se había mandado. Dani y su hermanito no la estaban pasando bien. Arregló algunos papeles –si no puede Dios, ¿quién?– y ya el papá que quizás haya sido peón de albañil y mamá que vaya uno a saber dónde está, perdieron la patria potestad. La guarda de los chicos estaba en manos del juez. En la realidad, la guarda del más chiquito estaba en manos de Dani, encargado de llevarlo, cuidarlo, atenderlo.
Dios será Dios pero se equivocó cinco veces más. Cinco familias llegaron hasta el hogar y decidieron llevarse a Dani y a su hermanito. Las cinco veces los chicos se entusiasmaron. Había una casa, había una familia, había una mamá y un papá. Pero cinco veces hubo una tarde en que "mamá y papá" subieron a los hermanitos al asiento trasero del coche y enfilaron para el hogar y prometieron volver. Dani miraba por la ventana y esperaba. A esa altura, y con todo el catecismo aprendido, esperaba. Esperaba una madre, un padre, alguien que viniera y le diera esas oportunidades que aquél error de Dios le había quitado. Si Dani lloraba no se enteraba nadie. Era cosa de él. Y un día por la ventana no apareció un papá y una mamá. Apareció un muchacho y cambió la historia.
El muchacho, lo dijo de entrada, no quería ninguna confusión al respecto, era gay. Un arquitecto gay, digamos de buen pasar, digamos un poco antes de llegar a los cuarenta. Luis. Cuando acudió al servicio asistencial y de adopción San José, que trabaja en conjunto con el Consejo del Menor y la Familia dijo que quería ser claro. Que era un hombre gay que quería adoptar no por una necesidad vital de ser padre y sentirse realizado y toda la parafernalia tan vistosa en días como hoy, "del padre". No. Él sabía que tenía amor y –¿por qué no decirlo?– capacidad material para ayudar a alguien desprotegido. Pero no quería mentir, ya era grande, no se había mentido, no le había mentido a su familia que no es que "aceptaba" su homosexualidad; simplemente lo tomaba como lo que era, una más de las infinitas variantes de la vida humana. Un hijo de Dios hecho a su imagen y semejanza, si vamos a La Biblia. Le dijeron que eso quizás complicara las cosas. Que si obviaba el dato tenía más posibilidades. Pero insistió. Según la legislación argentina, un hombre o una mujer solos pueden adoptar. Incluso en una pareja heterosexual no casada legalmente, uno de los dos integrantes, puede adoptar por sí solo. Si fue Dios, habrá que decir que comenzó a hacer las cosas bien. Ya en la primera visita calificaron a Luis Lezana, el arquitecto en cuestión, como apto para ser adoptante. Le dijeron que lo mejor era, en su caso, un nene de entre cuatro y seis años. Que quizás una nena necesitase de una mano femenina para su cuidado. Luis no estaba preocupado con eso. Su amor era para alguien que lo necesitara. Pasaron dos años, casi tres. La burocracia tiene sus tiempos. En ese mismo instante, había un niño solo y triste, que se tragaba los mocos y no podía buscar la palabra "futuro" en ningún diccionario. No sabía leer.
Un día tuvo que hacer reformas en el departamento porteño de una abogada correntina. Seguramente en una charla, entre cajas de porcelanato y sanitarios empaquetados, con Dios atento, Luis le contó sus años de espera a la doctora que rápidamente dijo: "Los porteños son unos pacatos. Dejame hablar con algunos jueces del interior, a ver en qué juzgado hay un chico que esté en disponibilidad de adopción y te llamo".
Una semana antes de que Luis apareciese en la ventana de Dani, Dios mirando para otro lado, andá a saber ocupado en qué, se distrajo y el hermanito menor de Dani fue adoptado por una familia de Luis Guillón. Ahí sí que Dani se quedó solito. Y pedía solito y en silencio "que me vengan a buscar, que me vengan a buscar, que me vengan a buscar". En eso estaba cuando apareció Luis. Unos veinte chiquitos con las caras llenas de mocos, algunos descalzos, corrieron a trepársele. Ninguno de ellos era el que el juez le había designado. El que el juez le había designado no vino a abrazarlo. Estaba cansado de tanto ir y venir, de entusiasmarse con una casa que nunca sería suya, con una familia que nunca sería suya. Quería que lo vinieran a buscar, pero estaba seguro de que eso no ocurriría. Hasta que ocurrió.
–Pero, vos no tenés seis años, ¿cuántos años tenés?
–Nueve.
Y Luis lamentó el error. Tenía que ser un chico hasta seis años, le habían dicho en el informe.
–Sí, tiene nueve –reconoció el juez, que no desconocía el dato–. ¿No lo vas a querer porque tiene nueve?
Dos visitas más y Dani, con la camiseta de Boca, se subió al auto y no sabía qué decir. No sabía cómo sería su vida, dónde iría, cómo sería la ciudad, qué pasaría con él de ahora en más. Sin embargo, hoy lo recuerda como el momento más feliz de su vida.
Hubo un año de seguimiento médico y psicológico, visitas a Corrientes cada dos meses. Pasaron todas las pruebas y un día se vieron otra vez en el auto, de Corrientes a Buenos Aires pero sin ningún temor. Eran padre e hijo. Hace ya cinco años del primer encuentro desconfiado.
Hoy Dani es Daniel Lezana, lo dice el documento nacional de identidad. Tiene quince años y está en el último grado de la primaria.
–Ahora veo la letra que tenía cuando estaba allá en Corrientes y no lo puedo creer ¡era un mamarracho!–, dice, y ríe, y todo el tiempo ríe y ahí está la respuesta a tanto "no, no, con la adopción de las parejas gays no estoy de acuerdo, tienen que pensar en el pobre chico, precisa la imagen de papá y mamá".
La sonrisa de Dani es la respuesta incontestable.
Dani precisaba amor, cariño, contención, cama, comida, educación, familia, diversión, retos, salud, cuidados. Todo eso, ahora lo tiene.
–¿Te molesta que te hayan puesto ahora el apellido "Lezana"?
–¡No! ¡Yo creo que fui Lezana desde que nací!
Están a punto de cenar. Luis hizo guiso de lentejas. Dani pone la mesa. La división es así: papá cocina, hijo pone la mesa y lava los platos. Dani protesta: "Alguna vez debería lavar él, ¡si cuando se enoja me dice que es papá y mamá! Bueno ¡que saque la madre que lleva adentro!" Y ríen como en las familias a la hora de cenar, bueno, las familias que ríen a la hora de cenar. Algunas sólo miran Showmatch.
Dani va a una escuela pública y esa fue una decisión consensuada entre Luis, la psicóloga de Luis, Dani y la psicopedagoga de Dani. Encontraron en la N° 4 Amadeo Jaques de Palermo la contención que difícilmente los dueños de matrículas carísimas hubieran dado. La 4 es una escuela en donde nadie lo carga por ser adoptado ni correntino ni el recién llegado, le dieron especial atención por el atraso escolar que traía.
–Tengo buenas notas ahora– dice orgulloso.
–¿En qué?
–Eh…después te muestro el boletín.
–No hace falta, decime nomás ¿en qué tenés buenas notas?
–Bueno…eh, ¡en educación física!– y, claro, ríe.
–¿Y en qué más?–Ehh, bueno, después te muestro el boletín– y todos reímos.
Le gustan los deportes, pasa el tiempo entre el fútbol y el tenis y es hincha de Boca aunque todavía no cumplió su sueño de conocer la Bombonera. Es que para poder ir hay que ser socio, entonces es todavía un sueño pendiente; aunque un conocido lo llevó a la cancha de San Lorenzo y hasta pudo entrar al campo de juego. Claro que para eso tuvo que ponerse la camiseta cuerva. "No importa, pensé –dice ahora, los desafío a que encuentren unos ojitos más pícaros–, no es sentimiento, yo quería entrar a la cancha".
Dani se dio cuenta enseguida de que a papá no le gustaban las chicas.
–Papi, está buena la odontóloga como para vos ¿no?– provocaba él.
–¿Te parece?– decía papi.
–No, era un chiste– reía él. Pero nada más.
No se animaba a preguntarle a papá, pero el tema estaba rondando todo el tiempo. Se lo planteó a la psicopedagoga Andrea –figura fundamental en esta relación que ahora es risas–.
–Andrea ¿y yo cuándo me voy a contagiar?– preguntó el nene, ese era su miedo–. Si papá es gay ¿yo tendré que serlo, también?– se preguntaba.
–Vos no sos gay, uno no se hace gay por contagio– dijo Andrea.
Y ahí la relación fluyó. Luis, entonces, padre de Dani. Luis que consigue pareja, Gustavo. Y los tres de vacaciones junto con el perro (atención, señores conservadores, si se han shockeado hasta aquí, ¡no quieran saber el nombre del perro!). Y las fotos de familia y los juegos de paleta en la playa, y el esquí en el invierno. A Dani le gustaron aquellos momentos de a tres; si se peleaba con uno, se aliaba con el otro. Dios también se divierte, a veces.
El gran miedo de muchos heterosexuales, es que si el gay adopta necesariamente su hijo será gay. En principio eso demuestra que, por más abiertos que se consideren, tienen a la homosexualidad como un disvalor, porque sino ¿qué problema habría en que el chico fuera homosexual? Pero además, niegan una verdad evidente: los homosexuales solemos nacer de padres heterosexuales. La homosexualidad, habrá que recalcarlo, no parece ser hereditaria.
Dani se pone serio y cuando su papá se va a preparar la cena, dice: “Creo que lo que piensan los héteros de que los homosexuales no pueden adoptar está mal, están equivocados, porque una persona si se propone cuidar a un chico, si tiene la voluntad y decide adoptar y criar un hijo lo va a poder hacer con voluntad y amor. Si adopta le viene bien a la sociedad, porque esos chicos tendrían una familia, tenés alguien que te ama, te manda al colegio, no estás solo. Y un homosexual te puede enseñar otras cosas. Y aparte quisiera decir que si un hijo se cría con su padre homosexual, no quiere decir que el hijo va a ser homosexual, él va a ser lo que quiera ser”.
–¿Y qué pasa si ahora por esta nota, cuando se sepa que tu papá es gay, alguien, en la escuela u otro lado, te carga?
–¿Por qué me preocuparía? Le puedo decir: "Sí, es gay y ¿cuál es el problema?" Punto, es cosa de él. Si querés hablar de por qué es gay, hablá con él y listo, no me metas a mí.
–¿Te dije que te quiero?– dice el padre entrando en la foto y dándole un beso.
–Nunca– miente el mocoso y ríe, y besa a su padre. El guiso de lentejas corona la imagen de propaganda para el día del padre.
Ahora suena todo adulto y armonioso. Pero a Dani no le gustó saber que Luis era homosexual. Se tuvo que adaptar a la idea. La ayuda de la psicopedagoga fue fundamental. El proceso partió de un Dani completamente mudo hasta este parlanchín con dulce tonada de resabios guaraníes de hoy.
–¿Vos tenías miedo de convertirte en gay?
–No, a mí siempre me gustaron mucho las minas– ríe otra vez.
Hubo momentos, claro, en los que ante un reto de Luis hizo un berrinche y le gritó que quería volver al hogar de Corrientes. Hubo llantos, claro que los hubo. Y bronca.
–Pero después pensaba ¿por qué me retó? ¿Porque no me quiere? ¿O porque me mandé una cagada? Y era por eso. Ahora sé que estoy mejor cada día, que estamos mejor cada día– dice Dani y le sonríe al padre que en cualquier momento, maricón, larga una lágrima.
Luis ya no está en pareja y Dani se entusiasma con la idea de que esta nota consiga novia para él y novio para papá. "Un novio para mi papá", ahí va una idea gratis para Pol–ka.
La decisión de hacer pública la historia fue pensada durante casi un año. Ambos sentían la necesidad de contestar a tanta ignorancia que anda dando vueltas por ahí. No es que Luis sea militante de los derechos gays, sencillamente, no se considera con espíritu para eso. Pero sí sabe que tienen "un granito de arena para aportar". Y que todo puede ser tan, tan sencillo.
–La orientación sexual de una persona no te hace ni buen ni mal padre. Pero yo soy un buen padre, soy un buen ejemplo. Apuesto a la pareja gay, a la adopción gay. La ayuda femenina que el chico precisa la tuvo con mi hermana, con mi tía que vive en el departamento de abajo. Algo hicimos bien.
Acá estaba la respuesta a tantos debates, a tanto legislador que hace como que sí pero al final no pasa nada, a tanta vieja escandalizada que llama a las radios A.M., a tanto forista de Internet que opina porque es anónimo y gratis y nadie paga para difundir su ignorancia.
Acá, en los mimos del cachorro Dani a papá Luis.
Para aquellas almas conservadoras, que hasta se escandalizarán por las fotos tiernas de esta nota, tengo reservado un último toque: el nombre del perro de la familia.El pichicho se llama Carolo.
SIMPLEMENTE EXCELENTE Y ALTAMENTE MOVILIZADOR
GRACIAS BAZAN!!!!
(*) Nota para la revista C, que sale los días domingos en el diario Crítica de la Argentina